La sociedad moderna nos enfrenta constantemente con dilemas que es necesario resolver satisfactoriamente. Por un lado, el confort y la comodidad que parecen hacer más fácil la vida. La contracara es la creciente pasividad, la atonía y su correlato con los riesgos para la salud presente y proyectada hacia el futuro.
Comprobaciones científicas recientes hablan de un considerable aumento -en términos estadísticos- de la obesidad infantil, fenómeno que se plantea a nivel universal. La Argentina comienza a tomar conciencia de esta situación que puede tornarse muy preocupante en el caso que se desoigan los indicadores.
Se entiende por obesidad infantil al proceso metabólico en el que se produce una acumulación de grasa excesiva, en relación con el promedio normal para su edad, sexo y talla, en un niño. Datos estadísticos indican que un 5% de la población infantil presenta obesidad en Argentina, información que nadie debería pasar por alto. Especialmente si se observa que es un índice que se ha potenciado en los últimos años. Esto nos permite deducir que la tendencia no muestra signos que aconsejen mirar hacia otro lado.
Las consecuencias de la obesidad en los chicos son variadas, tanto desde la perspectiva de la salud como del impacto psico-socio-cultural que la misma acarrea. La obesidad provoca insulina resistencia, o sea la incapacidad de los tejidos periféricos de poder incorporar la glucosa sanguínea, lo que genera un estado metabólico de diabetes, antes reservado únicamente para los adultos. Por otro lado, favorece el aumento de los niveles de lípidos en sangre, (con las consecuencias a largo plazo que esto produce en las arterias), ya desde edades muy tempranas. El exceso de grasa corporal predispone a padecer cifras elevadas de tensión arterial, por lo que la hipertensión en este caso, no queda solamente reservada para los adultos mayores. No deja de ser menos importante el impacto psicosocial que la obesidad produce en un niño, por ejemplo al momento de verse limitado por su composición corporal a realizar ciertas actividades y sentirse discriminado ante la comparación de sus pares.
Para poder afrontar esta enfermedad es indispensable entender cuáles son los factores “modificables” que la determinan. La comodidad y el confort antes mencionados, la televisión e Internet contribuyen fatalmente al sedentarismo y van afirmando una cultura alejada de la actividad física regular y programada. Se suma una alimentación inadecuada, habitualmente a través de dietas ricas en grasas. Paralelamente, los alimentos más baratos son, generalmente, los que tienen menos calidad proteica, mayor saturación en grasas y más calorías.
La actividad física regular en niños y adolescentes -en realidad para todas las edades, sin distinción- debe dejar de ser una opción para convertirse en un imperativo. Debemos educarnos y educar a nuestros hijos para hacer de la actividad física una práctica que se convierta en cultura. A la vez es importante distinguir lo que es la actividad física, programada y controlada, de otras modalidades que han impuesto, por ejemplo los gimnasios, donde la musculación, la apariencia y el narcisismo se cultivan desde la más temprana edad. Esto es tan perjudicial como aquello que pretendemos remediar.
A la actividad física programada le debe acompañar una mejor calidad nutricional. Hoy esto es posible si también los padres abandonamos la indiferencia y comenzamos a ocuparnos debidamente de nuestro cuerpo y el de nuestros hijos. Atención, que el sedentarismo, factor de riesgo modificable, alimenta igualmente el riesgo de las adicciones, el alcohol y el cigarrillo, por ejemplo. La actividad física, desarrollada en un ambiente donde primen los valores que de la esencia misma del deporte se desprenden, es una fenomenal herramienta educativa y formativa.
Padres, a lo mejor es conveniente revisar cómo asignamos prioridades a nuestro presupuesto familiar: menos comida chatarra, menos juegos de Internet, menos compras que ahonden nuestra comodidad y supuesto confort, y más preocupación por la calidad nutricional y la actividad física regulada y sistemática, nuestra y de nuestros hijos. Padres sedentarios suelen transmitir esa misma actitud a sus hijos. Actividad física regular + aire libre + correcta alimentación es la ecuación que hay que comprometerse a resolver.
Equipo de YMCA Medicina Deportiva
-Asociación Cristiana de Jóvenes
-Mayo/Junio 2004-