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miércoles, 22 de junio de 2005

A 70 años de su muerte, Gardel

Carlos Gardel, socio de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA

A 70 años de su muerte

Extracto del "Libro del Centenario -1902/2002- "El Valor de un Mundo con Valores" Pag. 151, editado por la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA . El “Zorzal Criollo”, Carlos Gardel, entró a la Asociación por iniciativa de Enrique Pascual, un activo socio deportista desde siempre y músico de vocación, que a su vez había llegado a la institución de la mano de su curiosidad...

...participaba del campeonato de lucha greco-romana cuando una tarde se le ocurrió entrar y el profesor Tiraboschi, tras preguntarle si sabía nadar, lo empujó a la pileta. Tres años más tarde era nombrado instructor por el director del Departamento de Educación Física, P. P. Philips.

Fue a partir de una pregunta lanzada en una charla informal: “Che Enrique, ¿Qué debo hacer para que desaparezca este mondongo?” –en alusión a su abultado vientre- que Gardel llegó a las clases de gimnasia que impartía Pascual, a las que también concurría el guitarrista José Razzano y una serie de artistas que con el tiempo se destacarían largamente dentro de la música ciudadana: Julio De Caro, Juan de Dios Filiberto, Bataglia, Lomuto, Francia, Aviles, Freges. Las clases de Pascual fueron bautizadas por ese tiempo como “Clases de Bohemia”. Gardel y Razzano (quienes junto a Pascual habían integrado el coro de una iglesia) se conocieron en 1911 y dos años después conformaron un dúo de canciones camperas que quedaría en la historia. Desde sus primeras actuaciones en el Armenonville, en el Teatro Nacional y en el espectáculo de variedades, más las grabaciones y las giras, ambos artistas conquistaron en aplauso unánime del público. En 1908, a los 18 años, Gardel llegó a pesar 118 kilos y en 1917, en ocasión de filmar Flor de Durazno, llegaba a 120 kilos. De buen “diente”, entre los platos favoritos del cantor figuraban la paella, el pechito de cerdo, el risoto, el asado, el puchero de gallina, los fideos al tuco, las empanadas, el pejerrey y el locro; vale decir, ¡todo!

Pascual, luchador y profesor de box en la Asociación Cristiana de Jóvenes, además de refinado violinista (llegó a integrar orquestas varias como la de Adolfo Avilés) fue quien convenció al cantor de rolliza figura de la necesidad de hacer gimnasia. Los lunes, miércoles y viernes, Pascual daba en el Anexo sus clases de boxeo a las que concurría Gardel como espectador. Se cuenta que el cantor fue sorprendido por Dickens, director del Departamento Físico, contando chistes a un grupo de socios sentados a su alrededor; Gardel, alertado de esa presencia, inmediatamente simuló estar haciendo abdominales contándolos en voz alta: “382... 383... 384...”. Apenas había hecho tres flexiones cuando se levantó resoplando: ¡Uf viejo, no doy más!”.

El escritor inglés Simón Collier, en su biografía Carlos Gardel: Su vida, su música, su época, señala que “a principios de los ’20 frecuentaba el gimnasio de la Asociación Cristiana de Jóvenes” junto a Razzano y “también Enrique Gluchesmann, el fornido hermano del magnate de los discos y el cine”. Agrega que justamente en 1920 el cantor estaba enamorado de una joven, Isabel del Valle, así es que la pugna por rebajar de peso tenía varias razones: una mejor estampa frente al público, pero además una figura estilizada frente a su novia. Los ejercicios físicos eran, según el cantor, beneficiosos para la garganta. Es por ello que practica –dice Collier-, gimnasia sueca. Se presentaba al mediodía y algunas veces practicaba solo calistenia. Vestía gruesa tricota blanca con cuello alto y tras el baño se sometía a la sesión de masajes de Enrique Pascual que lo hacía pegar alaridos.

Por esos años el dúo Gardel-Razzano ofrece una serie de actuaciones a beneficio y participa en iniciativa sociales como la contribuir a formar la Sociedad Internacional de Artistas de Variedades de Socorros Mutuos. Pascual, en unas páginas donde dejó un registro de la época, recuerda que Gardel llegaba a la sede de la Asociación en Paseo Colón 161 hablando con tono dicharachero de su apetito: “¡Muchachos, cada vez que se me va la mano, este mondongo se pone mas bravo!”.
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