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lunes, 1 de diciembre de 2003

Somos lo que hacemos

Somos lo que hacemos

Resulta particularmente interesante para el análisis la creciente preocupación que se observa en distintos ámbitos de la comunidad argentina por reflexionar en torno a la recuperación de los valores. Es como que la debacle general que azotó al país -y lo mantiene aun en terapia intensiva-, con su correlato en lo ético-moral, ha hecho aflorar en personas e instituciones una fuerza interior que parecía entumecida. Claro que cuando se procede a un peinado más fino para discernir cuáles son verdaderamente valores y diferenciarlos de aquellos a los que se les asigna esa condición sin demasiada rigurosidad conceptual, emergen profundas diferencias. Sin embargo, debemos rescatar en esta etapa del proceso el interés por abordar el tema, lo que indicaría que se estaría tratando de abandonar la lógica de la superficialidad, el individualismo, el todo vale y, fundamentalmente, la carencia del sentido de comunión que obstaculizan la construcción de una sociedad más justa, inclusiva y solidaria...

Artículo publicado en la Revista COPIME - Número de diciembre de 2003

La Argentina, en el contexto de una América Latina que está ofreciendo signos de profundos cambios, tiene por delante una tarea ciclópea y desafiante: recuperar su identidad nacional y desde allí ir afirmando sin pausas su soberanía. Esta utopía requiere de hombres y mujeres que hagan de la probidad una costumbre natural, del esfuerzo una práctica, del valor de la palabra y la verdad un culto, de la búsqueda del bien común una meta insoslayable y de la retórica vacía un hábito olvidado. La lectura de la historia permite descifrar que desde las luchas por la independencia la Argentina ha marcado rumbos en América Latina. El desafío que presenta la realidad regional actual parece ser el de avanzar en la integración de una comunidad de naciones que, afirmadas en sus identidades particulares, conformen un conjunto mancomunado que quiera dejar atrás la injusticia de la pobreza, la marginalidad y la exclusión.

El título de estas reflexiones: “Somos lo que hacemos”, surge de una afirmación escuchada y que me ha impactado por su profundidad y verdad. Se aplica perfectamente a nuestro país a lo largo de un historial surcado por claros y sombras que nos han llevado hasta aquí. Tenemos la oportunidad de rescatar lo muy valioso de nuestro pasado y presente y de corregir drásticamente los vicios y desvaríos que casi nos hacen transitar por el desfiladero hacia la disolución nacional. No resultará posible volver a etapas en las que primen los disvalores, aplaudidos groseramente por algunos y tolerados de alguna manera por una mayoría silenciosa y por lo tanto no exenta de responsabilidad. La sociedad en su conjunto no lo tolerará ni soportará. Dicho esto, también habría que encender la luz de alerta a la que nos obliga la fragilidad de memoria de las/os argentinas/os, las/os que una y otra vez hemos caído en el olvido y por lo tanto en la repetición sin solución de continuidad de fracasos y frustraciones.

La Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA, celebrando su 101º aniversario en la Argentina y con casi 160 años de vida en el mundo, tiene por misión la promoción de los valores esenciales de la vida: amor, paz, justicia y solidaridad. Para quienes abrevan en las aguas del cristianismo se trata de los valores del Reino de Dios. A menudo surge la pregunta de cómo ha sido posible para la institución tan larga vida y en creciente expansión, a pesar de las guerras y conflictos que durante el lapso de su existencia han jalonado la historia de la humanidad. La respuesta es sencilla: ha mantenido fidelidad a los valores que le han dado origen y siguen orientando su acción en los 130 países del mundo en que tiene presencia.

Mantener coherencia en la vida, con la “carga” de los valores a cuesta, requiere de un esfuerzo significativo, habida cuenta que por diversos medios y a través de métodos variados se los ataca, minimiza o se los satiriza. Esta prédica nefasta reúne, conciente e inconscientemente, a actores de naturaleza múltiple y derrama efectos devastadores sobre la niñez y la juventud y, naturalmente, se refleja en la familia. Es decir, nos hallamos ante una enorme encrucijada como comunidad: sucumbir ante la presencia de pseudovalores y antivalores o entablar una lucha decidida y constante por hacer prevalecer los valores humanos fundamentales. En esta última opción inscribe su vocación la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA.

La fragmentación de la familia crea una situación completamente diferente a la que existía en el pasado. Muchas madres son hoy jefas de familia, un número muy significativo de padres son desocupados y hay parejas que tienen familia compartida. Este cuadro impacta en la formación y conducta de los niños, los adolescentes, los jóvenes y los adultos, lo que obliga a desarrollar respuestas apropiadas. La incertidumbre en el campo del trabajo agrega dramatismo al delicado panorama al que asistimos cotidianamente. En esta dirección, hablar de valores cuando está presente la indigencia, el hambre y el desempleo resulta para los que sufren estos azotes un ejercicio cuyos efectos se diluyen en tanto no haya señales de que un cambio con la brújula orientada hacia el destino correcto es posible. Y este debe ser un compromiso de todos/as y cada uno/a de nosotros. Obviamente, el Estado tiene la cuota-parte más importante en esta distribución de responsabilidades. Sin embargo, el deterioro es tan marcado y la demanda tan extraordinaria que las organizaciones de la sociedad civil -participando activamente de la fijación de políticas públicas- tienen mucho para decir y hacer. La complementariedad entre el Estado y las organizaciones de la sociedad civil, respetando a rajatabla la identidad individual de cada uno de los intervinientes, se convierte hoy en algo más que una opción: es un imperativo. Además, debe servir de enseñanza para generar una verdadera cultura del trabajo integrado y sistémico que haga que los limitados recursos existentes -más ante la gravedad de la crisis que se enfrenta- produzcan un impacto mucho mayor al que resulta de los esfuerzos individuales, dispersos y disociados entre sí.

La recuperación de las instituciones de la democracia aparece también como un reto de notable envergadura. Esta recuperación debe superar la etapa de la formalidad y manifestarse a través de hechos concretos. Es la prueba que reclama la sociedad para recrear su credibilidad en el sistema. Es así como las agrupaciones políticas partidarias, la justicia y el parlamento, de manera especial, tienen que convertirse en la garantía imprescindible para generar confianza y superar el enorme desprestigio en el que han caído la mayoría de las instituciones. No es posible funcionar aceitadamente como sociedad descreyendo de todo y de todos. En algún lugar debe producirse la posibilidad del anclaje para dar vuelta la historia. La ciudadanía estaría indicando claramente que la justicia mantiene una enorme deuda y que su purga es inexcusable a esta altura de los acontecimientos. Igualmente los parlamentarios deben asumir la responsabilidad de la coherencia entre el decir, el prometer y el hacer. Seguir engañando mediante la conocida artimaña de la promesa fácil y el olvido posterior conduce al efecto catarata que hace que no resulten creíbles ni los que verdaderamente merecen serlo por su genuina vocación de servicio. Otra vez aquí las organizaciones de la sociedad civil están impelidas a hacer oír su voz. Tienen que darse todavía en mayor medida acciones de control ciudadano sobre el proceder público a los efectos de transparentar la gestión de quienes son elegidos para servir con idoneidad y dedicación al conjunto de la comunidad. Los cargos son carga pública o privada, según corresponda, y no habilitan el camino hacia ningún privilegio. Entender esto sería dar un paso trascendente en la dirección correcta. Algunos podrían dudar de que esta situación vaya a darse en nuestro país. Es posible que tengan razón. Ahora bien, ¿alguien conoce alguna otra forma de intentar un cambio que intentándolo? No existe la magia, al menos en este campo. Lo que debe haber es convicción, fortaleza moral y decisión de convertir los anhelos en hechos y las palabras en acciones efectivas. Sin duda que vale la pena enfrentar esta otra utopía.

A lo largo de la historia hemos vivido distintas etapas de degradación en la Argentina. Las últimas que nos tocaron en desgracia han sido un bombardeo sistemático que perforaron todas las defensas imaginables. La gestión de la cosa pública por parte de los mandatarios llevaron a la Argentina a adoptar decisiones muy cuestionables, a una deuda externa hoy impagable, a la enajenación de los recursos de la Nación de una manera que desconocía la historia hasta que apareció el trágico modelo que nuestro país adoptó y “perfeccionó” -tanto que fue señalado como ejemplo a seguir- y a un agotamiento moral sin precedentes. Afortunadamente, otras geografías del planeta no fueron tan aplicadas como nosotros y así evitaron caer en la misma situación de humillación a la que la Argentina fue y sigue siendo sometida. Al deterioro social y económico debemos agregarle el enorme peso de la impunidad. Treinta mil desaparecidos, la violencia institucional instalada, las erráticas políticas públicas en materia económica y la corrupción generalizada se han dado casi contemporáneamente en un lapso corto de la historia argentina. No haber sucumbido y entrado de lleno en el desmadre como Nación ha sido prácticamente milagroso si este calificativo se pudiese aplicar a hechos que nada tienen que ver con la gracia divina. Pero, atención, no sigamos jugando a la ruleta rusa por cuanto las circunstancias planetarias se han modificado, los tiempos tienen otros ritmos y los derrumbes son más rápidos, dolorosos y crueles.

La Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA considera que uno de los campos en los que hay que trabajar con mayor enjundia es el de la educación, entendida ésta como la llave que conduce a la libertad. Por tal razón, en el corriente año programó el II Congreso Nacional sobre Valores, Pensamiento Crítico y Tejido Social, focalizado en LA EDUCACIÓN. Los/as más pretigiosos/as exponentes nacionales han estado presente en esta actividad que se desarrolló en setiembre pasado y que congregó a un número muy superior al esperado, debiendo cerrarse anticipadamente la inscripción por falta de espacio físico del auditorio “San Agustín” de la Universidad Católica Argentina. El congreso fue auspiciado por la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Católica Argentina, el Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología y la Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. También por la Fundación del Diario La Nación. Además, fue declarado de Interés Cultural por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La avidez con la que los/as participantes abordaron el tratamiento del tema confirma que la educación es un tema que interesa y sobre el que hay que trabajar mucho más. Los cambios de paradigmas encontrarán en la educación una herramienta vital. Lo fundamental es pasar con velocidad de la reflexión y el diagnóstico a la acción, abandonando determinados dogmas que han paralizado la comprensión del tema en su justa dimensión y en el contexto del momento que se vive. Problemas nuevos, y a la vez complejos, tratados con metodologías viejas y desactualizadas es pavimentar el camino al fracaso y la frustación. El congreso se inscribió en el marco de la misión de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA, que como se expresara al comienzo de este artículo es la de contribuir a la formación en valores. Tal compromiso es tan funcional y básico para la institución, que el lema de su centenario, celebrado en 2002 fue: “El valor de un mundo con valores”.

Argentina está viva y seguirá en ese estado mientras los/as argentinos/as nos convenzamos que un cambio es posible. Y realmente lo es. Ahora bien, parafraseando a Ortega y Gasset: argentinos y argentinas, no soslayemos nuestros problemas de fondo y decidámonos definitivamente a ir hacia las cosas.
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