En la actualidad, tanto a nivel global como nacional, sería una imprudencia de quienes aspiramos a una sociedad más humana soslayar el debate sobre los valores, la familia, la educación y el Estado. Más aun cuando la superficialidad, el todo vale, la ambigüedad, los discursos y mensajes vacíos y la ausencia de responsabilidad por lo que a otros pueda sucederle, nos enfrenta a una tarea ciclópea si queremos seguir creyendo que otro mundo es realmente posible.
Norberto Rodríguez. Secretario General de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA Argentina. Publicado por la Revista Stadium en su edición Nº 187 - marzo 2004.
Es en este marco que ensayamos estas breves reflexiones para referirnos a una herramienta educativa esencial: el campamento. Sin la menor duda el campamento se constituye en un aporte excelente, precisamente para la recuperación de los valores cuando éstos parecen ausentarse. Ahora bien, el campamento también tiene que actualizarse y articular su contenido con la realidad contextual. Esto quiere decir que el campamento en abstracto no es un instrumento educativo. La importancia del campamento radica en su posterior influencia en los diferentes campos de la vida social en la que se desenvuelven quienes participan de la experiencia.
Es un tiempo distinto y complejo al que asistimos, y no hay otra alternativa que aceptarlo. Acontece que como todo cambio profundo -y hoy nos encontramos en medio de una revolución tecnológica y del conocimiento sin precedentes y con una aceleración propia y sin solución de continuidad- hay quienes tienen dificultades para discernir adecuadamente qué es instrumental, y por lo tanto pasible de mutar. Esto provoca confusión entre los aspectos centrales y permanentes a considerar: lo humano, los valores, el prójimo, por ejemplo, y diferenciarlos de los instrumentos que puedan utilizarse en cada momento o época. Es decir, hay que tener mucha precaución en no convertir los instrumentos en fines. Esto demanda mucha claridad de parte de quienes ejercen la labor docente y en un ambiente democrático.
El campamento ofrece la oportunidad de una dimensión única de la educación no formal. Nosotros, como muchos otros, conciben al campamento como una convención pedagógica fundamental. Claro, habría que comenzar exponiendo que todo depende del propósito, objetivos y contenidos de la actividad en cada caso para confirmar que se trata genuinamente de una experiencia educativa. Toda experiencia educativa debe ser transformadora de la realidad, lo que conlleva la aspiración a una superación permanente para construir una sociedad más justa e inclusiva.
¿Cuáles podrían ser considerados valores esenciales y universalmente aceptados? Al menos podrían señalarse los siguientes: amor (en su acepción más acabada), paz, justicia y solidaridad. Si aceptamos estos valores como fundantes, tendríamos un excelente encuadre para desarrollar la actividad de campamento. Quiere significar que en el propósito, los objetivos y los contenidos concretos debe reflejarse la presencia de los citados valores. Esto nos lleva a plantear una conclusión: la actividad de campamento requiere del concurso interdisciplinario, lo que implica definir que tal como lo concebimos no es sólo algo que pueda quedar en manos de profesores de educación física, como habitualmente se interpreta y sucede. Obviamente, no se los excluye pero los aportes de la antropología, la psicología, la psicopedagogía, las ciencias médicas, entre otros, resultan cada vez más importantes e imprescindibles. En casos de campamentos más específicos, también es sustantivo el valor agregado de las concepciones y visiones desde la fe, es decir desde la dimensión de lo trascendente.
Si alguien nos preguntara, de manera concreta, cuáles son los elementos que hacen del campamento una institución pedagógica desde la perspectiva no formal, señalaríamos, a modo de ejemplo que no excluye otros, los siguientes:
•Contribuye como pocas otras actividades a la socialización y a crear comunidad, aspectos suficientemente relevantes cuando la sociedad tiende a encerrarse en círculos cada vez más pequeños y hasta aislarse o vivir de manera autista.
•Ayuda mediante el contacto directo con la naturaleza a descubrir la maravillosa grandeza de la creación.
•Permite redescubrir al prójimo y por lo tanto recupera la dimensión humana en las relaciones..
•Afirma actitudes de respeto y de tolerancia, alejando así la violencia implícita que ensombrece la vida cotidiana de la sociedad.
•Desarrolla el espíritu crítico, aquél que es capaz de discernir y abandonar la condición cautiva y pasiva de consumista y muchas veces repetidor de slogans o frases hechas..
•Prioriza la importancia de la construcción grupal, muy importante en una sociedad que muestra signos evidente de un individualismo a ultranza.
•Recupera la condición de co-creadores permanentes a que nos desafía la propia creación, una obra que siempre permite el aporte -y no la depredación- humano. Esto revaloriza a la persona humana como sujeto central de la creación.
•Concibe al juego desde una óptica diferente, basada en los derechos humanos. Deja de lado la concepción del juego competitivo de unos contra otros, con ganadores y perdedores, con buenos y mediocres, por otra en la que todos tienden a crecer en un ambiente solidario.
•Fortalece el valor de la solidaridad activa por cuanto los contenidos del campamento pueden incluir acciones que dejen algo concreto para un grupo o comunidad determinada.
•Profundiza la dimensión espiritual de la vida, es decir el encuentro con el prójimo, la creación y el hacedor, cualquiera sea la tradición de fe de la que se trate.
En un tiempo de materialismo exacerbado; en un tiempo donde los valores escasean; en un tiempo en que se mezclan y confunden valores con antivalores; en un tiempo en el que el mouse y el enter dominan la escena y se empaña la oportunidad de una convivencia más personalizada; en un tiempo de individualismo y juegos en red sin vernos las caras, se nos presenta la oportunidad y el desafío de redescubrir el campamento como experiencia educativa inigualable. Esto es válido para todas las edades y sectores sociales, con especial intensidad y dedicación hacia niños, adolescentes y jóvenes. Debería ser parte de la curricula de todos los establecimientos educativos de nivel inicial y medio, especialmente del ámbito público.
Atención, y para ir concluyendo, el campamento debe significar también la apropiación de conductas de vida que trasciendan los límites de la actividad. Además, es esencial no asemejar el campamento sólo a portar una carpa, una mochila o prender un fuego, a veces de manera imprudente. El campamento, obviamente, incluye la carpa y la mochila, y su buen armado, el fogón con el fuego que es sinónimo de vida y esperanza, pero fundamentalmente se debe evaluar por las transformaciones individuales y grupales que ha ido produciendo en sus participantes.
Como alguien que pertenece a la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA, con 160 años de vida en el mundo, 102 en la Argentina y presencia en 130 países de la geografía mundial y con más de 40 millones de miembros, estas reflexiones, como siempre un ejercicio inacabado, surgen de nuestra propia experiencia. Dice la historia que el primer campamento organizado del que se tenga memoria se remonta a 1885 en los Estados Unidos. Se le atribuye a Summer F. Dudley que con siete jóvenes acampó a orillas del lago Orange. El mismo Dudley fue el fundador del campamento estable más antiguo que se conoce, ubicado en el lago Champlain, en las cercanías de la frontera entre Canadá y Estados Unidos. En la Argentina y la región, la misma Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA es reconocida como precursora de la actividad, habida cuenta que el primer campamento data de 1903, a cargo de Bertram Shuman, fundador y primer secretario general de la institución. Con un grupo realizó el primer campamento del que se tenga conocimiento en América Latina. Fue en Riachuelo, un paraje de la costa uruguaya.