Hay algunas señales nuevas en la Argentina que parecen indicar que se aprendió la lección que ha dejado muchos años desperdiciados y de frustaciones acumuladas. Comienza a transitarse una ruta que, aunque lejano y algo difuso su punto de llegada, al menos tiene una traza. Que hay vacíos, errores y omisiones no puede negarse. Sin embargo, es tiempo de valorar los logros y contribuir a corregir los desaciertos con un verdadero y no únicamente declamado espíritu patriótico.
La Argentina quiere recuperar su propia identidad nacional, lo que implica reconocer como riqueza su diversidad y pluralismo. Debe darse una todavía más protagónica participación del conjunto de la sociedad en los temas más complejos y sensibles que hacen al presente y al destino de esta bendita tierra. La autoestima -opuesto a la soberbia- tiene que ser igualmente recuperada. Pasó el tiempo en que lo de afuera era bueno y glorificado, y lo de adentro no servía o estaba superado por una supuesta modernidad, generalmente más basada en el marketing que en la realidad. Este es un país que puede y que quiere ser distinto, tal como lo acredita su historia. Es el mismo que no desea ser sometido a la presión, muchas veces descarada, de los poderosos del planeta, obviamente defensores de los intereses de los pocos en detrimento de los muchos. Es el que tampoco quiere en sus mochilas más deuda social ni exclusión. Es, también, el que quiere negociar sus obligaciones con dignidad y respeto por su gente. La responsabilidad primaria en todo este proceso corresponde indelegablemente al Gobierno. Sin embargo, nadie puede ni debe escudarse en ese formalismo. Hoy, como refiere el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, "Hubo un tiempo en que las Naciones Unidas trataban únicamente con los gobiernos. Ahora sabemos que la paz y la prosperidad no pueden lograrse sin la asociación que integran los Gobiernos, las organizaciones internacionales y la sociedad civil. En el mundo de hoy dependemos unos de otros"
