Artículo publicado en la Revista del Consejo Profesional de Ingeniería Mecánica y Electricista del mes de Diciembre de 2004.
Norberto Rodríguez. Secretario General de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA
La globalización es un fenómeno que ha modificado de manera formidable las relaciones humanas. Su impacto en la economía de los países, en especial los más vulnerables, ha dejado demasiadas heridas abiertas en el campo social. Sin embargo, igualmente devastadores podrían considerarse las huellas en el ámbito propio de la cultura y la identidad de los pueblos. De este riesgo no está exenta la Argentina, la que debe “descubrir” su diversidad cultural, la existencia de la otredad a su interior y su vinculación, como Nación, con el destino de América Latina. Habiendo pasado la hecatombe que derrumbó las ilusiones de una Argentina artificialmente ubicada en el Primer Mundo, es hora de recuperar la sensatez y orientar nuestra óptica desde una plataforma anclada a una mirada latinoamericana de los hechos.
El pensamiento único y la homogeneización cultural están presentes en la lógica de la globalización asimétrica que sacude al mundo. A esta perversa perspectiva hay que oponerle como valores superadores la globalización de la solidaridad, hoy lamentablemente ausente, y el pensamiento crítico. Este último es esencial como forma de defensa de la libertad y la soberanía nacional. A la globalización hay que desafiarla con la afirmación de una fuerte identidad nacional y regional. México, Venezuela, Brasil y Argentina deberían ser el eje vertebrador de una América Latina más libre y en la que reine la justicia en todas sus formas, también la social. El primero de los países nombrados ha hecho una opción preferencial por el Norte rico. Los resultados de esa opción es prematuro evaluarlos. No obstante, las preguntas que surgen como filosos cuestionamientos son: ¿hay menos pobres en México después del NAFTA?; ¿mejoró la distribución de la riqueza?
EL RIESGO DE UN ESTADO AUSENTE
Es un dato objetivo de la realidad que la Argentina, probablemente como ningún otro país de la región, ha socavado casi desde los cimientos el rol del Estado. Lo ha convertido en un espacio vacío y ausente. No hay otra alternativa que recodificar el papel central del Estado como regulador y articulador de la convivencia social, hoy, además, en zona de gatillo por su peligrosa declinación.
La concentración de la riqueza en la Argentina se ha potenciado de manera que apabulla a los espíritus más templados. El correlato es la pobreza, la movilidad social regresiva, la marginación y el estadio final: la exclusión. Se están generando condiciones para consolidar una fragmentación social con ribetes estructurales, con los imaginables efectos que acarrearía en todos los órdenes de la vida nacional.
El Estado, con el concurso de las organizaciones de la sociedad civil, las empresas -en tanto recuperen un mínimo sentido de cordura y de responsabilidad social-, los medios de comunicación, las organizaciones gremiales y los credos deben preocuparse y ocuparse por el diseño de políticas activas para enfrentar el desafío de construir una Argentina más justa e inclusiva. No será una solución mágica ni tampoco rápida. No bastan medidas aisladas ni anuncios rimbombantes, frecuentemente carentes de hechos subsecuentes concretos.
Mayor dramatismo adquiere la situación de los jóvenes. Sus esperanzas se ven seriamente amenazadas y la ausencia de horizontes convalidan la apatía, el vivir el hoy sin una mirada ni interés en el porvenir, las adicciones y una violencia contenida que de repente emerge como reacción a un sentimiento de frustración.
UNA DIRIGENCIA CON GRANDEZA
La Argentina está surcada, en todos los ámbitos, por una dirigencia de llamativa pobreza y mezquindad. Como resulta obvio, existen las honrosas excepciones que amortiguan con su accionar las consecuencias más calamitosas. A la ruinosa calificación se le suma una actitud por demás demoledora: ausencia de autocrítica y un espíritu corporativo que abruma. Lo que ha acontecido en el país tiene, según ese autismo, un solo responsable: los otros. Además, ese Sr. Nosotros diluye su identidad y se convierte en un ilustre desconocido, con lo cual se lo puede cargar con las culpas sin necesidad de verle la cara sin ningún remordimiento. Por otra parte, tampoco le asiste, por ser ignoto, el derecho a la defensa.
Claro que la dirigencia política, poco generosa y marcada por la lógica de “construir” poder pero sin un proyecto para convertirlo en servicio, tiene una mayúscula responsabilidad. Sin embargo, caer en el error o la miopía de creer que los dirigentes políticos partidistas son los únicos a quienes dirigir la mirada crítica resultaría igualmente letal. Los dirigentes empresarios, las organizaciones profesionales, los sindicatos, las universidades, las organizaciones de la sociedad civil y aun los credos, debemos asumir nuestra cuota-parte de responsabilidad y corregir lo antes posible algunos de nuestros cursos de acción.
Adolecemos en el país de un exceso de palabrerío vacío, de una abundancia de diagnósticos y de un problema de gestión monumental. La incapacidad de convertir las ideas y los planes en hechos efectivos, así como la carencia de una visión estratégica y sistémica, hablan de una dirigencia, en términos generales, superficial, cortoplacista y atada al show de la retórica y a los flashes de los títulos sin contenidos.
ALGUNAS PROPUESTAS DISPARADORAS
Sin la intención de un recetario, que en sí mismo resultaría superficial, la reflexión nos lleva a compartir algunas propuestas que puedan servir, junto a otras, como orientadoras de un nuevo rumbo:
LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA CULTURA
La Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA llevó a cabo en setiembre, en el auditorio San Agustín de la Universidad Católica Argentina, el III Congreso Nacional sobre Valores, Pensamiento Crítico y Tejido Social. El tema focal fue: La función social de la cultura. Una vez más, la convocatoria tuvo una excelente respuesta y el número de participantes respondió a las expectativas previas. Probablemente, lo más granado del pensamiento nacional, en un marco plural, fue convocado para exponer en el congreso, lo que resultó un nutriente fundamental para el proceso reflexivo de los participantes.
El congreso volvió a inscribirse en el marco de la misión de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA: contribuir a la formación en valores con el objetivo puesto en la construcción de ciudadanía.
Argentina tiene la enorme oportunidad de seguir alimentando la utopía, aquella que la globalización intenta desacreditar como proyecto. En tal sentido parecería apropiado recordar la sentencia del Papa Pablo VI: “Las utopías de hoy son las realidades del mañana”.