Enrique Dayan ingresó a la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA hace 71 años y por mediación de sus primos, quienes ya eran asociados. Una visita a la Asociación hizo que conociera su natatorio, el de la actual sede central (calle Reconquista), totalmente nuevita en ese tiempo en que el edificio recién se estrenaba. Se quedó con las ganas de zambullirse en ella, lo que lo decidió a renunciar a Macabí y asociarse a la Yumen. Comenzó como cadete practicando gimnasia, básquet y natación. Luego cambió el básquet por la lucha grecorromana y el catch, Posteriormente dejó la lucha y se pasó al judo con el profesor Alstad. En ocasión de la renuncia de este profesor, Alberto Regina, por entonces director del departamento de Educación Física de la Asociación, quien lo alentaba continuamente a seguir progresando, lo puso al frente de la actividad como voluntario. Aceptó el desafío y luego fue nombrado delegado ante la Federación Argentina de Judo. Posteriormente ocupó la secretaría y finalmente la presidencia de esta organización. En ése periodo la ACJ invitó al 10° Dan del mundo, el japonés Kumasawa, a graduar en persona a los 125 alumnos de todo el país. Como anécdota, al finalizar los exámenes, Enrique le preguntó al judoka invitado si estaba cansado, a lo que éste respondió: “no cansado, traspilal un poco”,
En ese mismo período el equipo de artes marciales de la Asociación realizaba exhibiciones desde Belgrano al Tigre. El número por todos esperado era cuando Enrique levantaba al prof. Eduardo “Alí” Bargach por los aires y lo hacía caer de pie. También provocaba asombro cuando rompía los cinturones enrollados en su garganta.
Fue guardavidas, y esta profesión no surgió por vocación propia, sino, tal como lo cuenta, por un inesperado percance: “invité a una chica a pasear en bote por el Tigre y en un momento uno de los dos hizo un mal movimiento y caímos al agua, salvando como pude a la niña, al bote y los remos. Aún con escalofríos fui a ver al profesor Álvarez de la Asociación, quien me dijo: “Ud. puede saber nadar, pero si no sabe salvar, no sabe nada”. Eso fue suficiente como estímulo.
Considera a la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA como su segunda casa. En ella encuentra amigos que en realidad son familia. Aprendió que la actividad física sin el alimento espiritual, poco sirve y que la fe es lo que ayuda al ser humano a enfrentar la vida y salir adelante. Las canciones entonadas en el vestuario con Manolo, le enseñaron que para cantarle a la vida no hace falta ser cantor.
Viendo su estado físico, y más aun cuando dice que espera llegar a los 120 años por convenio con “el de arriba”, no se puede menos que pedirle algún consejo: “hay que hacer el chequeo médico antes de empezar con las actividades físicas, y desarrollar éstas en forma progresiva. El ejercicio hecho por sí solo, sin nutriente del espíritu, sin amigos con quienes compartirlo, termina siendo una carga con destino al fracaso”.
Enrique hoy hace caminatas, natación, gimnasia y complementos, todo armoniosamente. Gracias, Enrique, por este ejemplo de vida.