Los argentinos y las argentinas tenemos por delante un enorme reto: amigarnos. Es un punto de partida para lograr la construcción de una sociedad madura y genuinamente solidaria. Es cierto que la historia de los desencuentros reconocería su origen en los reiterados abusos, las dictaduras, las mentiras de los gobernantes -y de buena parte de la así llamada clase dirigente- y los atropellos de toda naturaleza que se han soportado. El verdadero y persistente ejercicio de la democracia es un valor indispensable y un requisito para avanzar en el desafiante y nada sencillo proceso de alcanzar la amistad social...
La Argentina se enfrenta a oportunidades y riesgos ciclópeos y decisivos para su presente y futuro. El amigarnos como sociedad, el sentirnos parte de un equipo fuerte y homogéneo es condición ineludible para afrontar la realidad actual y el horizonte que se avecina. El proyecto de Nación que todos y todas anhelamos construir requiere esforzarnos en ejercitar la tolerancia, así como el respeto por las diferencias y el pluralismo de ideas. Igualmente, se necesita abandonar la práctica habitual de “pelearnos” por las formas y los personalismos, y comenzar a debatir procesos y estrategias que transciendan las visiones teñidas de miopía y cortoplacismo que caracterizan a muchos de nuestros debates. Conlleva, también, vivir la ética cotidianamente a los efectos de acercarnos lo más posible a la verdad y la justicia.
En suma, una país AMIGADO requiere de una sociedad amigada y amigable. Podremos hacerlo? La respuesta la tenemos cada uno y cada una de nosotros. A lo mejor, y adicionalmente, debiéramos reflexionar acerca de si nos queda otro camino alternativo. Todas las señales indicarían que no.