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miércoles, 25 de febrero de 2009

Eduardo Ortiz

Sirviendo al trote

Corría el año 1959 cuando su madre, por recomendación médica y aconsejada por una colega docente vinculada a la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA, asoció a Eduardo -junto a su hermano menor- a la institución. Recién acababa de cumplir 12 años.

Hoy, al ver los durmientes que afloran con motivo de los trabajos de remodelación de la calle Reconquista, que llevarán a la arteria a convertirse en peatonal, recuerda con nostalgia sus primeros pasos por la sede central. Rememora que llegaba a la institución luego de concluir la jornada en el Instituto Félix F. Bernasconi de Parque Patricios. Lo hacía en el tranvía No. 9 que circulaba por la calle Reconquista hacia el norte, es decir en sentido contrario al actual.

El primer grupo al que se incorporó fue el llamado turno “G”, donde compartió innumerables nuevas actividades que comenzaban al sonar -en el salón social de la entonces División Cadetes- unos tubos metálicos que dejaba muchas veces truncos, excitantes partidos de billar japonés (de ping-pong prefiere no hablar, pues nunca pudo devolver más de tres pelotitas seguidas).

En ese querido cuarto piso tuvo la oportunidad de participar en una simultánea de ajedrez que brindó el recientemente fallecido Maestro Internacional Héctor Rosetto. En la pileta del sexto piso, “para chicos”, el profesor Pozo le dio las primeras clases de natación.

Ya en la División Juveniles no puede dejar de recordar su primera noche en carpa, las charlas del inolvidable profesor Manuel Vigo, la ceremonia de la puesta de sol en los campamentos, los fogones y las cálidas canciones aprendidas con el viejo cancionero.

En la segunda mitad de los años 60 les pidió a sus padres que momentáneamente le dieran de baja de la Asociación. Sus estudios en la Facultad y su dedicación a colaborar en la Acción Católica Argentina no le dejaban tiempo libre para concurrir a la institución. Sin embargo, cuando a principios de los setenta comienza a trabajar en la zona del microcentro, reingresa para hacer algo por su físico. Se hace adicto a la clase del mediodía donde junto a los ejercicios físicos se unía al resto de los concurrentes cantando a voz en cuello tangos que eran acompañados por el inolvidable piano.

Poco tiempo después descubre el placer de correr, dando sus primeras 50 vueltas en el gimnasio Nº 1 detrás de Manolo (Ardura), su maestro. Hoy mantiene una estrecha relación con sus amigos del grupo de trote, con quienes religiosamente recorre los gimnasios 1 y 2, la pista aeróbica y, también, la Costanera Sur y la Reserva Ecológica. Tanta vitalidad le valió el cariñoso apodo de “Topadora”.

En el año 1975 se casa con Marta, a la que asoció de inmediato, al igual que a sus cuatro hijos que se fueron incorporando a medida que cumplían la edad de admisión. Hubo una excepción, Mariano, el último en nacer de sus hijos, que con motivo del 85º aniversario de la Asociación se asoció desde bebé.

Destaca la importante colaboración que les brindó la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA en la guía y educación de sus hijos, en el marco de los valores fundamentales que sustenta la institución.

En 1980 integra la Comisión de Padres de la entonces División Menores y a partir de allí tuvo la oportunidad de participar en distintas comisiones de la Asociación, ejercicio que lo forjó como colaborador voluntario y lo motivaron a convertirse en 1990 en socio activo. En varias oportunidades y hasta la fecha, se desempeña como miembro del Directorio de la institución.

Recordando las palabras de la Madre Teresa de Calcuta, desea aprovechar la oportunidad para compartir un modesto consejo a los asociados (sobre todo para aquellos que acusan problemas con su “carrocería”): “… cuando por los años no puedas correr, trota; cuando no puedas trotar, camina; cuando no puedas caminar, usa bastón, pero nunca te detengas …”
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